“Las señales de peligro no se borran con la voz calmada de quien promete que, si le damos más poder, no va a actuar como lo ha hecho siempre”

Alessia Injoque

Diciembre 6, 2021

Uno de los legados de nuestro proceso evolutivo es la amígdala. Esta parte del cerebro revisa constantemente la información que llega a través de los distintos sentidos con el fin de detectar rápidamente cualquier cosa que pueda influir en nuestra supervivencia y, si detecta una amenaza, nos produce miedo. Entre las distintas cosas que lo producen, las necesidades sociales para nuestra supervivencia nos hicieron desarrollar el miedo a la marginación, miedo que se hace presente para las personas LGBTIQ+ durante esta segunda vuelta presidencial.

Son muchas las acciones y declaraciones de José Antonio Kast que encienden estas señales de alarma. Una de las que evidencia con mayor claridad su impronta es su cruzada contra la bandera arcoíris. Para las diversidades, se trata de un símbolo que señala un espacio en el que somos bienvenidas y, cuando la iza el Estado, expresa que somos parte de él. Pero el candidato del Partido Republicano afirma que se trata de una imposición de la “dictadura gay”, divisiva e ideológica -meme que repiten como excusa para censurar ideas o personas- y nos retrotrae a la época en que estaba vetada nuestra existencia.

Para las personas trans, la falta de reconocimiento y el rechazo a nuestras identidades es el marco en el que se sostienen el trato despectivo, la exclusión y la violencia. Cuando el líder de la extrema derecha insiste en tratarnos a las mujeres trans como hombres, aunque suavice el tono y lo intente disfrazar de debate intelectual, impacta negativamente en el trato que recibimos y aumenta las posibilidades de enfrentar discriminación en espacios tan importantes como un empleo.

¿Cómo se sentirían ustedes que me leen si José Antonio Kast estableciera una disputa sobre su idoneidad como familia y el límite a la protección de sus hijos? Pues eso es lo que él expresa sobre miles de familias diversas, se opone al reconocimiento legal de sus hijos y la posibilidad de que puedan contraer matrimonio, tal como lo hacen las demás familias; ¿Qué sentirían si el candidato del Frente Social Cristiano saliera con un bus naranja a la calle, reclamando la libertad de los colegios y de otros padres para marginar a sus hijos? Recordemos que hizo tal cosa para oponerse a la circular trans del Ministerio de Educación que busca promover la protección e inclusión de niños, niñas y adolescentes trans en la comunidad escolar. El año 2017 prometió eliminar esa circular si llegaba a la presidencia.

Adicionalmente, ha establecido alianzas con movimientos ultraconservadores en Polonia, donde se establecieron zonas “libres de LGBT”; con Bolsonaro, quien el primer día tomó una medida provisional para inhibir en la política de Derechos Humanos a todas las acciones destinadas a la garantizar los derechos de la diversidad sexual; con Vox, de España, partido que impulsó una reforma para eliminar las leyes antidiscriminación que protegen a la diversidad sexual; así como con ideólogos como Laje y Márquez, quienes promueven la teoría conspirativa “ideología de género” y se dedican a difundir mentiras en el continente, como aquellas que asocian a las personas LGBTIQ+ y el feminismo a la pedofilia y zoofilia.

Las señales de peligro no se borran con la voz calmada de quien promete que, si le damos más poder, no va a actuar como lo ha hecho siempre. En el año 2016 durante elecciones en Estados Unidos, el candidato Donald Trump subió una bandera arcoíris al escenario en un momento en que muchos creímos que su partido dejaría atrás las décadas de ataques contra las diversidades. Pero la esperanza duró poco, ya que su gobierno, no sólo vetó a las personas trans de las FFAA, sino que eliminó su protección en colegios y cárceles. Igualmente impulsó medidas de “libertad religiosa”, para permitir el despido, limitar la atención médica y restringir la adopción por parte de personas LGBTIQ+, entre otras acciones contra nuestra comunidad.

José Antonio Kast representa un ariete contra la cultura de pluralismo e inclusión que con mucho esfuerzo hemos construido estas últimas décadas. El daño concreto que puede causar nos retrotrae a miedos que creíamos superados. Pero, como ocurre a mujeres y otros grupos históricamente discriminados, siempre habrá alguien que reduzca nuestras experiencias a emociones y señale -con voz de autoridad- que exageramos, que nada hay que temer. Sería más honesto si dijeran que no les importa.

Columna publicada originalmente en elmostrador.cl.